lunes, 28 de septiembre de 2009

La habitacion roja #5



-Da la impresión de que la querías mucho…-, me dice desde detrás de una cortina de humo.

Hablamos acerca de Meri. Es su tema preferido. Me obliga a perderme en el pasado. A sufrir. En parte, me gusta. Quizá porque me recuerda que estoy vivo. Y que esto es importante.

Contesto.

-…nunca he vuelto a querer de esa manera, hubiera dado mi vida si ella me lo hubiera pedido.

Me duele. Me duele mucho pensar en Meri. Pero, quiero creer que es un dolor limitado. Autoprovocado.

Ella espera. Tiene tiempo. Sigue bebiendo Jb.

Me incorporo ligeramente. Me apoyo sobre un brazo. La observo.

Me devuelve la mirada. Distante. Calculadora. Celosa.

-¿La darías por mí?.

No respondo. Me limito a bajar la cabeza. Miro hacia el suelo. Hay algo de polvo y suciedad. Polvo y pelos de perro. Cosas intrascendentes. Pero, que forman parte de la habitación roja.

Espero. Me acurruco en el interior de mi cerebro.

-¿Quieres saber lo que pienso?

La escucho sin atreverme a mirarla. Soy consciente de que su siguiente paso será un ataque directo. Duro y directo. No sé que encuentra de atractivo en ello. Pero, siempre lo hace. Inevitablemente. Será que, a pesar de todo, empiezo a conocerla. Más allá de su fingimiento. De su máscara.

De su segunda piel.

-Me da la impresión de que siempre te ha gustado jugar el papel de mártir. Te han marcado a fuego el signo de la culpabilidad en el alma y todos tus intentos por desprenderte de ella han sido fracasos estrepitosos. Te has arrastrado, te has dejado humillar, ¡te dejas humillar continuamente!, ¿y a cambio de qué?... sigues con tu drama interior a cuestas porque nada ha cambiado. Sólo la persona ante la que inclinas la cabeza.

Da un trago. Siempre está dando tragos. Mira la botella. Su largo cuello verdoso. Lo acaricia. Gime. Alcohol. A veces pienso que ese es su verdadero dios, pero sé que es más complicado que eso. Más rebuscado. Más decadente.

Espero. Pienso. Le sigo el juego. Como siempre.

Es lo que ella desea que haga.

Es lo que ambos queremos.

-Cada persona es un mundo, cada persona es de una manera… todos somos diferentes…

Entonces, y sólo entonces, se dispara. Se lanza.

Hacia mí. A por mí.

-Pero tú eres demasiado negativo, no tienes ninguna iniciativa. Vives por y para mí, a través de mí. Tu vida no es más que una sombra de la mía. Empiezo a creer que no eras más que un parásito…-, vuelve a beber, eructa con estilo y, acto seguido, enmudece.

Observo su cuerpo mientras habla, mientras bebe.

Cuando estoy en la habitación roja su cuerpo se transforma en mi dios. En mi único dios. El dios de la nueva carne. De la atormentadora insaciabilidad sexual. De la fantasía. Del dolor.

Miedo.

Siempre lo mismo.

Me evado. No sé muy bien a causa de qué. Pero, lo cierto es que mi cerebro ahora ya está muy lejos. Infinitamente lejos.

Soy consciente, a pesar de ello, de que, en parte, tiene razón. Toda la razón. Y que, también en parte, está totalmente equivocada. Equivocada.

Atrapado. Estoy atrapado en la más absoluta ambigüedad. Y en los delirios. En las pesadillas. En el desenfreno. A un milímetro escaso de la enajenación mental permanente.




Hace frío.

Todo es blanco o, al menos, alguien simula que lo es.

La ventana. La bañera. Objetos familiares. Extraños.

Amenazadores.

Ella está apoyada contra una pared blanca.

Bragas negras. Sujetador negro. Pechos opulentos. Labios exageradamente rojos. Pelo teñido con el mal gusto habitual. Curiosos arañazos surcando su vientre liso. Justo por encima de la pequeña hendidura del ombligo.

Tiene los brazos por detrás de la espalda. Sé de inmediato que intenta ocultar algo. Algo peligroso. Demencial. Humillante. De fondo, suenan ladridos de perros.

Un portazo.

Súbitamente, la habitación se tiñe de rojo.

Me digo a mí mismo que sólo se trata de una pesadilla.

Los calmantes circulan por mis venas demasiado lentamente. En alguna parte de mi cuerpo, un semáforo se obstina en permanecer rojo. El verde da paso a la locura del sueño.

La bañera es roja ahora.

Tiene cuatro patas que se asemejan a garras de águila. O de cuervo. O de murciélago. ¿Los murciélagos tienen garras o manos humanas? No lo sé. Mis pensamientos se disgregan en infinitas direcciones. Mi cordura se torna incoherente. El único epicentro discernible con absoluta claridad es la habitación roja.

Y dentro la bañera roja con garras rojas.

Y sobre la bañera, el hombre tendido a horcajadas sobre ella.

Después, inmediatamente después, veo las esposas. Plateadas. Vejatorias.

Una mano esposada a una garra.

La otra a la del lado contrario.

Un pié esposado a la tercera garra.

La cuarta y última retiene al pié que faltaba.

Hombre boca abajo.

Desnudo.

Vulnerable.

Su amante habitual.

Es curioso que aparezca en uno de mis sueños.

Curioso.

Entonces, ella se decide a emerger de entre las sombras.

Como una plaga apocalíptica.

Me mira. Sonríe maliciosamente. Sonrisa desde una boca sin dientes.

Lengua bífida. De serpiente. De reptil. De demonio.

Ya no hay motivos para que mantenga los brazos detrás de la espalda. Detrás de su cuerpo. Es en ese momento cuando veo el artilugio que lleva entre sus manos. Delicadamente. Un enorme falo plateado, pintado por ella misma.

Recuerdo que, en más de una ocasión, me había confesado que le habría gustado nacer con una buena polla entre las piernas. Pero, eso no tiene que estar directamente relacionado con el hecho de querer ser hombre.

Hombre.

Su amante habitual. Nalgas separadas. Orificio anal. Aceptará todo lo que ella decida hacerle. Por humillante que sea. Yo también lo aceptaría. Estoy seguro. Completamente.

Se acerca hasta él.

El rojo envolviéndolo todo.

Quizá la futura hemorragia pase inadvertida.

Sudor.

Su amante habitual suda copiosamente.

Lubrica su cuerpo.

Lo prepara para la penetración a través del complejo mecanismo de la ansiedad.

Sus ojos fijos en el desagüe de la bañera.

Ella lo acaricia. Un escalofrío recorre su columna vertebral vértebra a vértebra.

Un dedo recorre su espalda. Espalda habitual. Rutinaria.

Un dedo se hunde en el agujero de su culo. Desconocido. Violento.

El amante habitual gime. Se retuerce levemente. Sus muñecas empiezan a amoratarse. Se estremece al notar contra su piel el glande de plástico duro. Se muerde el labio inferior. Con fuerza. Con rabia contenida. Hilillo de sangre parte desde su boca. Parece negra. Caída libre hasta el desagüe de la bañera.

Ella sigue sonriendo.

Observándome. Mis reacciones.

Entonces, empuja con todas sus fuerzas.

El hombre atado a la bañera grita. Es un grito mudo.

Quince centímetros de plástico perforando su recto.

No hay sentimientos en esta acción, sólo egoísmo. Puro y duro.

Erección. Tiene una erección. Eso indica, a pesar de todo, aceptación.

Ella lo advierte. Desliza una mano hacia el miembro de carne y sangre. El miembro real. La polla. La toca. La aprieta. La suelta. La araña. La masturba. La posee. La domina. La esclaviza.

Me llama.

Lo esperaba. Esperaba su llamada.

Acato la orden.

Su mirada guía la mía hacia el culo de su amante habitual. Mi enemigo. Mi competidor. Mi hermano de esclavitud. Ella me cede parte de su poder.

Mi polla está dura como una piedra.

La meto en el recto del hombre.

Es una sensación extraña. Nueva. Desconocida. Excitante. Delirante.

Ella se mete apresuradamente en la bañera. Se tumba en el fondo. Debajo de él. Delante de él. Invertida respecto a su cuerpo.

Sé lo que se dispone a hacer.

Los dos lo sabemos.

Su boca atrapa el glande de su amante habitual y, como por arte de magia, desaparece, al igual que el resto de su polla. Engullida, absorbida, envidiada. Deseada. Dura. Dura.

Arremeto con más fuerza contra sus nalgas.

Mis embistes llegan hasta su garganta. Muevo dos pollas al mismo tiempo. Veo como se llena su boca. Como se hunden sus mejillas en el acto frenético de la succión. Y advierto el acertamiento pasivo de su amante habitual. De mi enemigo. Se sirve de mí para acceder a ella. Lo que haga falta con tal de no perderla. Para siempre. Ya que perderla implicaría desaparecer en la existencia real. Cotidiana, asfixiante, castrante.

Sudor.

Semen.

Sexo.

Sodomía.

Soledad.

Frío.

Eyaculo.

Recibe.

Traga.

Eyacula.

Absorbe.

Se nutre. Se alimenta. Se sacia.

Somos tres en una bañera roja repleta de semen absurdo. Y el semen se coagula. Y se adhiere al metal del desagüe. Y ella se gira y lo lame. No quiere desperdiciar ni una sola gota. Lo quiere todo en su interior.

Quiere crear una nueva alma a base de semen.

Semen.

Semen.

Semen.

Semen.

Semen.

Semen.

Siempre a través de su boca. De su garganta. Su vagina como mito. Como preservativo. Como negación. Como no mujer. No mujer. Mujer herida. Muerta. Vacía por dentro. Inerte. Seca. Rasgada. Aséptica. Traumatizada. Violada. Hundida. Esclavizada. Sola. Perturbada. Fiera. Asustada. Niña.





(Continuará)

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