miércoles, 14 de octubre de 2009

La habitación roja (última parte)



Es domingo por la noche. No demasiado tarde. Hago que miro la televisión. Dejo pasar las horas en blanco. Suena el teléfono. Por un momento, dudo en contestar. Pero, finalmente lo hago, cojo el odioso auricular.


Voz familiar al otro lado de la línea.


Una pretendida amiga de toda la vida.


Hablamos sobre trivialidades. Como siempre. Nada personal. La llamada es para invitarme a una cena. Segundo aniversario de no sé qué. Me invita porque trabajé cuatro meses para ellos. Porque soy el que anima sus celebraciones aburridas dedicadas a gente aburrida. Acepto. No tengo otra alternativa. En el fondo, me gusta ser el centro de atención.


Me visto. Incluso me pongo una corbata. Apuro mi copa.


Salgo a la calle. Llueve. No importa.


Bebo varias Woll-Damms en los bares acostumbrados.


Me intento saciar mirando culos. Mirando a través de las botellas. Carmín. Bolso. Pelo largo. Escote pronunciado. Deseo. Inevitable.


Llego al restaurante. Demasiado pronto. Pregunto. "Sí, hay un grupo de ocho para las nueve y media". Espero. Me dirijo a la barra y pido un JB con hielo. También pido papel. Improviso un poema basado en los clavos de Cristo. Observo al hombre que me ha atendido. Sé que es homosexual. Gay. Maricón. Es el maître. Se lo hace con el escuálido personajillo que se parapeta tras la barra. Camiseta. Gafas de montura negra. Pantalón tejano desteñido. Es el que recibe. No tengo la menor duda.


Acabo el poema. No me gusta. Aniquilo el papel con una sola mano. Lo dejo sobre un cenicero. Muerto. Nadie lo leerá jamás, a menos que el propio cenicero sepa leer.


Oigo de fondo la puerta de la calle al abrirse.


Antes de mirar sé que se trata de ellos.


Acierto.


Saludos. Besos. Ojos que se desvían hacia mi vaso. Contabilizando. Un gasto más para la puta cuenta. Me río para mis adentros. Aurora mirándome desde sus ojos claros como el mar. Tengo un presentimiento. Sé que esa misma noche me lo haré con ella.


Nos sentamos. Risas. Fotos. Pedimos bebida y comida.


No recuerdo lo que pido para comer. No recuerdo si lo como.


Aparece el cava. De marca. De calidad.


De fondo suena Prince. "Under the cherry moon".


Brindamos. Hacemos ver que nos importamos.


El arte de mentir como clave de las relaciones sociales.


Dos hombres, un tercero dudoso. Cuatro mujeres. Una de ellas casada y con dos hijos. Quizá, demasiado realista, demasiado madura. Adulta. Odiosamente adulta. A pesar de ello, es la que mejor me cae. La que más deseo.


La cosa prosigue su curso. Más cava. Engullo. Bebo.


Miro a Aurora. Me mira.


Decido que es la hora del lucimiento.


Improviso cuatro poemas. Para cada una de ellas. Sorprendo. Sonrisas. Soy rápido escribiendo. Agradecimiento. Lo acepto.


Poso para más fotografías. Hago muecas. Lo que ellas quieren.


Cambio de lugar. Pierdo la noción del tiempo. Última copa en un pub de moda. Élite.


Voy al lavabo. Meo fuera de la taza. Me dan asco estos sitios.


Bajo. Pregunto si hay teléfono. Llamo.


La llamo. A la habitación roja. A ella.


La cito para dentro de dos horas. Le propongo un trío. Acepta. Ya se lo ha hecho con más mujeres.


Vuelvo a la mesa.


Suena un blues. Cojo a Aurora de la mano. Bailamos. Deslizo las manos por su espalda. Por sus brazos. Por sus nalgas. Mi pretendida amiga de toda la vida nos observa desde su silla. Los demás también. Miro a mi pareja al centro de los ojos. Me sonríe. Le lanzo rayos invisibles de seducción. Noto cómo sus pezones se van poniendo duros. Y el olor característico de la excitación.


Fin de la canción.


Fin de la farsa.


Nos vamos. Los demás se quedan. Alucinando.


Les sigue sorprendiendo lo que está fuera de la norma. O lo que no sigue los conductos reglamentarios. En definitiva, lo que se escapa a su control.


Lo siguiente, la amnesia lagunar causada por el alcohol.


Después, Aurora desnuda bajo mi cuerpo desnudo.


Creo que me ha suplicado. Que me ha implorado. Llorando.


Y yo no le he hecho ni puto caso.


Ahora está gimiendo. Entregada al placer.


Me siento generoso esta noche. Infinitamente generoso.


Se corre. Su cuerpo se estremece.


Yo ni siquiera he eyaculado. No tengo prisa.


Salgo de su interior. Me levanto. Busco con la mirada la botella de whisky. La encuentro. La poseo. Me sacio.


Aurora se acurruca sobre la moqueta. Piernas juntas. Manos entre las piernas. Sigue estremeciéndose. Pronunciando mi nombre. Jadeando mi nombre. Pidiendo más.


Suena el timbre de la puerta. Es la hora.


Ella entra.


Observa la escena. Me quita la botella de las manos.


Se desnuda.


Nos sumergimos en la locura. Todo está permitido.


Lo último que recuerdo, el cuello de la botella de JB introducido en el recto de Aurora. Su boca en mi polla. Succionando. Ella, gritando. Segregando. Fin de la lucidez de la memoria. Sueño. Inconsciencia. Pesadilla.






Pesadilla.


Hay cuchillas de afeitar en su boca. Cuchillas en lugar de dientes. Y su boca está sobre el pene endurecido de su amante habitual. Sé lo que va a hacer.


Me mira.


Asiento con la cabeza.


Cierra la boca.


Grito.


Despierto. Envuelto en una fina película de sudor frío. Miedo. Silencio. Oscuridad.






El blanco hiriente de mi habitación de hospital.


Cierro los ojos una vez más. Me entrego a los recuerdos.


Dejo que hagan lo que quieran conmigo.


Me veo a mí mismo hablando.


Mintiendo.


-…es curioso… has dicho que soy un parásito… dices que vivo por y para ti, pero sabes lo que pienso… pienso que tú sin mí tampoco eres nadie, Dios no es nadie si no tiene quien le adore, un rey no es nadie si carece de súbditos… ¿te has dado cuenta de eso?.


- No es tan simple, además, ese es un pensamiento demasiado elaborado para ti.


-Sí, ya sé que siempre has puesto en duda mi inteligencia, pero te has equivocado, como con tantas otras cosas. ¿Sabes lo que me pasaba en realidad?. Sencillamente, era demasiado introvertido. Es algo tan simple como eso. Es lo que le pasa a mucha gente, ¿no lo sabías?... La gente se encierra en sí misma y elabora un mundo interior, demasiado complejo… y eso supone que visto desde el exterior uno parezca casi un autista, pero no por ello es menos inteligente, quizá ese ha sido también uno de tus errores….


-Tú sigues dependiendo de mí, eso no ha cambiado. ¿Cómo explicas esto?.


-¡Te necesito!.


-¿Me necesitas?, ¿eso lo explica todo?, ¿ahí se resume todo, en esas dos palabras?, ¿te ne-ce-si-to?. No me convence, ya no me convences… ya no me puedes convencer. Por eso, creo que te voy a dejar, no me das otra opción, no tiene sentido seguir así, no tiene ningún sentido, ¿sabes?. Creo que me das asco, ya no soporto ni mirarte a la cara, ni tus caricias… ¡son tan frías, tan vacías!. Sólo sirves para recibir, nunca podrás dar nada a cambio, eres… eres como un vampiro, sí, eso es lo que eres… un vampiro, pero un vampiro sin iniciativa, un vampiro al que hay que dirigir a la yugular para que se alimente, para que succione la sangre porque si no moriría… por eso voy a dejarte, no quiero guiarte más veces hasta mi propia yugular, creo que ya te he dado demasiada sangre… ¿qué me has dado tú a cambio?, ¿tu amor?... tú puedes llamar amor a lo que te dé la gana, pero tú no sabes lo que significa amar…


-Me duele que seas tan dura conmigo…


-Yo creo que no soy lo suficientemente dura, cariño. Sabes que aún puedo ser más cruel.


- Sí, lo sé, me das miedo, me das mucho miedo.


-Pero eso no es suficiente para que siga atada a ti, no me sirve, ya no, necesito más. Necesito emociones fuertes, sensaciones nuevas, sentirme deseada. Tú ya no me deseas…


-¡Eso es mentira!.


-No estoy tan segura de ello.


-¿Cómo puedo demostrártelo?


-¿No crees que ya es demasiado tarde para eso?.


-He leído en alguna parte que nunca es demasiado tarde para nada…


-En nuestro caso, cariño, creo que sí… que ha llegado el fin.


Pausa.


Se enciende un cigarrillo.


El humo se enreda en su pelo.


Sé que habla en serio.


Y me duele.


Es el principio del fin.


La observo. Miro la punta del cigarrillo. Cómo se consume. Entre sus dedos, el encendedor gira interminablemente. Está muy seria. Seria. Vacía.


-En el fondo, creo que ambos sabíamos que esto iba a pasar. Tengo que desprenderme de ti como uno se desprende de algo molesto.


-¿No lo dirás en serio?, no creo que pudiera soportarlo.


-Sí, de eso estoy segura.


-Entonces, ¿por qué lo haces?.


-Porque es lo que debo hacer.


Suspira.


Da una calada al cigarrillo. Volutas de humo vuelan hacia el techo, creando una fugaz brumosidad. Descifro las formas que se crean siguiendo los caprichosos designios del azar.


Acerco una mano temblorosa hacia su mejilla.


Me da miedo rozarla. Pero, finalmente, lo hago.


Ella, por toda respuesta, gira la cara hacia el lado contrario. Retirándose. Rechazándome. Y no insisto. Sé que tiene razón. Que todo es inútil. Que todo está perdido. Que es el fin.


Ella, algo más tarde, se limita a confirmarlo con palabras.


-Sabes que es inútil. No sirve, ya nada sirve. Voy a dejarte, pero eso es lo único que tiene sentido ahora, ¡dejarte!, pero quizá no todo esté perdido para ti como cuando Meri se mató… ella lo hizo, tú lo intentaste, pero no supiste hacerlo, y ya te he dicho antes por qué, porque siempre has necesitado alguien que te guíe, alguien que te diga lo que debes hacer…¡hasta ese punto eres dependiente!, ¡Dios, qué asco que me das!... pero, ¿sabes?, en el fondo me siento muy generosa… te voy a dejar, sí, pero vas a tener una oportunidad de ser alguien por una vez en la vida, de dar algo por alguien, de demostrar que me quieres más que a tu propia vida.


Te estoy ofreciendo tu muerte, tu suicidio, antes de que te deje para siempre… abandonado a tu suerte. Puedes hacerlo, después será demasiado tarde y tu muerte será algo absurdo. De todas formas, cuando yo me vaya tú dejarás de existir de una manera u otra, porque no creo que puedas superar el vacío… volver a empezar de cero… no creo que encuentres a nadie que te aguante como yo lo he hecho…¡lo sabes!... todo lo que hagas a partir de ese momento será completamente inútil… sí que lo sabes y sabes que estoy hablando muy en serio… ¡tú decides!...


-No te creo, no creo que seas capaz de abandonarme de esta manera.


No intentes forzar la situación, no intentes reparar lo irreparable, no precipites las cosas, esa es mi oferta… sabes que no me voy a echar atrás… me conoces demasiado bien… demasiado bien.


Me levanto.


Estoy aturdido.


Huyo. Doy vueltas por la habitación roja. Claustrofobia. Miedo.


Dolor.


-Me iré mañana al amanecer, ese es el tiempo que te concedo, sólo tienes una noche para decidirte… mañana será tarde… eso es lo único que te queda por hacer… aún puedes demostrarme algo, porque sabes que la única manera que tienes para demostrarme que me quieres de verdad es dando tu vida por mí.


Enmudece.


Jamás la volveré a oír hablar.


Nos permitimos el lujo de dejar que el silencio cohabite con la habitación roja.


Me levanto. Voy hacia un rincón. Me siento. Me postro. Me vuelvo infinitamente diminuto. Ansia de desaparecer. De no existir.


Ella se enrosca sobre sí misma. Postura fetal. Evidentemente.


Después, el recuerdo se torna impreciso.


Sabor salado inundándome la boca. Agua en los pulmones. Mojada sequedad en la nariz. La muerte tan lejos. La muerte tan cerca.






Rojo.


No. Es blanco. Habitación de hospital.


Batas blancas volando a mi alrededor. Por todas partes. Sonrisas. Una voz amable de hombre. Mi médico. Me confirma mis más terribles temores. Es decir, me da el alta. Y me aconseja que aproveche mi tiempo y que no cometa más tonterías. Asiento con la cabeza. No le estoy haciendo el menor caso. Después de eso, se va. Desaparece como si nunca hubiera existido. Entonces, me quedo solo. Solo, a excepción del miedo que comienza a brotar desde lo más hondo de mis entrañas. Y todo a causa de ella. De ella y la habitación roja.


De repente, dejo de escuchar los sonidos.


Escucho nada.


Voy hacia la ventana y miro hacia abajo. Hacia la calle.


Disfruto con la atracción que me produce el abismo que se muestra poderosamente seductor ante mí.


Vértigo.


Abro la ventana. Con tranquilidad. Sin prisas. Sin nervios. Siento que tengo todo bajo control. Absolutamente todo.


Miro hacia abajo.


Cuando consigo reaccionar, me descubro cayendo.


Cayendo.


En el vacío.


Hacia la calle. La huída de la habitación roja. La huída definitiva.


Finalmente, me estrello contra una superficie no demasiado dura, aunque lo suficiente como para que mi cabeza estalle por dentro.


Rojo. Rojo muerte. Ese es el color del techo del coche sobre el que me estoy desangrando. Hasta la consumición del último hálito de vida. Del último suspiro.


Frenazo.


Salgo despedido en un dramático vuelo final.


Mi alma, si es que alguna vez la tuve, escapa de mi cuerpo, de tal manera que puedo verme tirado allá abajo, sobre un asfalto increíblemente gris oscuro. Gris caótico.


Entonces, dejo de ver. De percibir con claridad.


De lo único que soy consciente es de la oscuridad que comienza a engullirme con voracidad animal.


Negrura.


Es como si me precipitara en el interior del agujero de su culo. El culo de ella.


Es mi último pensamiento.


Luego, muero.


Muero. Concluyo. Y esta vez es algo irreversible.










Fin


Octubre de 1992











No hay comentarios:

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Las opiniones y los comentarios emitidos en este blog por las personas que en el mismo colaboran, son emitidos, todos ellos y en cualquier formato, a título personal por los diferentes autores. Este blog no suscribe ni secunda necesariamente cuanto en él se exprese.



La Fanzine en Facebook