lunes, 31 de mayo de 2010

Un Mundo Tranquilo. Óscar R. Cardeñosa






Fumaba en el parque pasando la resaca lo mejor que podía. Unas gafas de sol tan oscuras que no permitían apreciar el mundo y un dolor de cabeza que estorbaba tanto a mi conciencia como a mi percepción. Era el hombre que toda madre quería ver lejos de sus hijas, el que sus retoños querían fuera por el otro lado de la acera, frente al que sujetaban el bolso y apretaban el paso. Él que, cuando pasaban, se quedaba mirándolas el culo. Un antihéroe sin ningún plan malvado, un ladrón atrofiado por la pereza. En este cuadro, imaginaba posibles y fantasías donde era tan grande como para no lamentarme, y soñaba con un mundo mejor, donde la gente pudiera ser lo que quisiera ser sin que a nadie le disgustara. Allí se trabajaba dignamente, se respetaba a los demás, y el cabrito con prisa del mercedes no le daba caña al claxon. No tenía que soportar el olor artificial de hamburguesa multinacional que omitía la primavera, solo se madrugaba para ver amanecer y la policía no escupía al hablar. En ese planeta no había más frontera que la que te marcaran los pies, se cuidaba hipocráticamente de todos y nadie quería más que lo que necesitaba. No era un mundo feliz, no más que el actual para muchos, era un mundo tranquilo, carente de avaricia.

La resaca se desvanecía después de unas horas paseando por aquel paraíso carente aún de tantos detalles, en cuya falta radicaba su belleza, y observaba de nuevo el mundo real, con su dura consistencia, con sus sinsentidos e injustas leyes lógicas, basadas en la naturaleza pueril del hombre. Estuve a punto de llorar, cuando una madre arrastró a vivo paso a su cría. Pasaron por delante de mis narices justo cuando me quitaba las gafas, inconsciente de su presencia. Mis ojos se cruzaron con los de la enana de piel morena y sonrisa enorme. Los ojos le brillaban, y allí dentro vi un pequeño resplandor verdoso, en el fondo de la caja de su cráneo.

Puede que no haya descanso para los malditos, pero cuando los perezosos dejan de serlo puede haber futuro. Me levanté como pude, asustando a las palomas con mi paso aún tambaleante, buscando entre mis bolsillos la tarjeta de una preciosidad de ojos claros y tenaces: “Asociación Camino al Sur por el desarrollo de la Errachidia”. No era perfecto, pero sí un principio.




Nací en Valladolid en 1982 a manos de León de la Riva. Fue un buen principio para saber por dónde iban los tiros en la que sería mi ciudad casi toda mi vida. A eso de los 19, después de iniciarme en el mundo del arte y ser un poco menos gilipollas y algo más loco, me largué a Salamanca a formarme como dibujante de verdad. El plan no salió demasiado bien, aunque me dieron un papelote de esos que sirven para opositar mientras intentas hacer algo de provecho con tu vida. Eso último pasó sobre los 24 o 25, no recuerdo si aprobé en junio o en septiembre. En el ámbito representativo, para darse tono y tal, he participado en casi todas las profesiones absurdas que uno puede imaginarse, desde teleoperador para una revista de la guardia civil hasta bailarín de gigantes, y en algunas sórdidas y clandestinas que no deben pronunciarse delante de los niños. He ganado algunos concursos de comic, fotografía y esas tonterías que no dan para vivir, y he participado en muchos, eso seguro. No he publicado más que en fanzines de los que dan oportunidades a desconocidos, y actualmente planeo un viaje a ninguna parte para enseñar a dibujar a gente que no tenga para comer mientras escribo sandeces en mi querido Goliat Reformado.



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