martes, 26 de febrero de 2013

El bígamo. Enrique Arias Vega

Llevaba siete años practicando una doble vida. No había simulación alguna en ello pues amaba a Berta. Y lo demostraba cuando estaban juntos. Igualmente adoraba a Susana y también procuraba hacerla feliz.
Él se definía a sí mismo como un tipo familiar, hogareño, incluso conservador. No tenía aventuras extramaritales ya que estaba casado con las dos mujeres. Y ninguna de ellas conocía la existencia de la otra.
La única carencia en su vida afectiva era la ausencia de hijos. Berta había estado embarazada una vez, casi al comienzo de su matrimonio, pero había abortado de más de cinco meses, cuando él se hallaba fuera de Madrid, precisamente con Susana. Había regresado justo para el parto y se encontró con el drama. Su mujer, todavía delicada e hipersensible tras el funesto hecho no le formuló, sin embargo, ningún reproche. Era una magnífica compañera, incluso en la distancia, y Juan se lo había agradecido mostrándose desde entonces aún más cariñoso, si es que eso fuera posible.
Su otra esposa quizás era más dulce, pero menos expresiva en sus afectos. Juan, sin saber muy bien porqué, lo atribuía a su condición de catalana. O quizá fuese debido a sus constantes y largos viajes como azafata. Por eso, también, no habían tenido hijos, aunque hablaron de esa posibilidad al comienzo de su relación. Hace tiempo que habían dejado de hacerlo.
Juan acababa de despedir a Susana en el aeropuerto de El Prat. Lo hacía habitualmente. Se trataba sólo de un pequeño detalle, casi banal, pero le agradaba la repetición de aquel ritual. Ahora se encontraba solo en casa, bebiendo un güisqui y mirando distraídamente la foto enmarcada de su mujer con su amiga Greta colocada sobre una mesita del cuarto de estar, cuando sonó el teléfono.
Se trataba del director general de su compañía. Tenía que volver de inmediato a Madrid, pues se había producido un problema informático de mil narices que debía resolver él, personalmente.
No le gustaban los cambios bruscos en su rutina ni las improvisaciones. Era una persona metódica que se basaba en el estricto rigor de sus hábitos: medio año en la central de Barcelona, con episódicos viajes a las oficinas del este y del sur de la península, y otro medio en la delegación de Madrid, con sus correspondientes desplazamientos a las sedes del norte y del oeste de España. Es decir, seis meses en el ámbito familiar de Susana y otros seis en el de Berta.
No le llamó a ésta a Madrid para explicarle el cambio de planes. No estaba seguro, ni siquiera, de si debía ir a verla. Berta era tan organizada y tan precisa como él, con sus guardias en el hospital, su horario prefijado de atención a los enfermos y su planificación a largo plazo de las intervenciones quirúrgicas. Cualquier modificación en sus pautas de conducta, él lo sabía perfectamente, la perturbaba.
Se habían conocido cuando Juan hubo de someterse a una simple operación de apendicitis y se enamoraron rendidamente, de inmediato. Sonrió al recordarlo. No tuvo que hacer trampas entonces con el papeleo pues aquel fue su primer matrimonio. El segundo, con Susana, se produjo casi tan rápido como el otro. Con tan escaso intervalo de tiempo entre ambas bodas, que pudo utilizar los mismos papeles. Como no había falsificado los documentos, en sentido estricto, se decía a sí mismo que lo suyo no era un fraude, que no había cometido ningún delito.
A Susana la conoció en un insólito viaje transoceánico. Hablaron largo y tendido durante el trayecto y al llegar a Bogotá, donde le había enviado excepcionalmente la empresa a realizar unas gestiones concretas, se casaron. “Eres exactamente el hombre que estaba buscando”, le dijo Susana, por toda explicación. Lógicamente, él no iba a contarle que ya estaba casado. Así que omitió el detalle.
Llegó a Madrid sumido en estos placenteros recuerdos y al ir a tomar un taxi vio a su mujer, o sea, a Berta, subir a un coche con un tipo a quien miraba toda acaramelada. Lleno de estupor, sólo le dio tiempo de decir al taxista, como en las películas: “Siga a ese coche”.
Tras el pasmo inicial, ya ni le sorprendió que ambos vehículos se parasen ante el que era su domicilio madrileño. Mientras se bajaba del taxi fue visto por la horrorizada Berta quien se repuso al instante y, tras musitar algo al oído de su acompañante, se dirigió rápida y enérgica hacia él.
Le dio dos sonoros besos en las mejillas y antes de que pudiera reponerse le dijo: “No montes ninguna escena. Y menos delante de mi marido y de mis hijos”. “¿Tu marido?”. “¿Tus hijos?” Acertó a formular las frases a duras penas, mientras por encima del hombro de la mujer veía salir del coche a un niño de unos cinco años y una niña de dos. Palideció al comprobar, a pesar de la distancia, el parecido de aquellos niños con él mismo.
No armes ningún alboroto”, seguía diciéndole una desconocida Berta, fría como un témpano: “Roberto cree que son hijos suyos”. “O… o sea —balbució Juan—, que aquella vez no hubo tal aborto…” “Ya ves —le respondió su mujer, con una mueca maligna—: tus prolongadas ausencias han dado de sí para que yo pudiera parir varios hijos sin que te dieses cuenta”. “Pe… pero, ¿tu marido, dices?”. “¿Qué te crees? —rió ya francamente la otra— ¿Que eres el único en tener una doble vida, con dos cónyuges y dos familias?” “¡Así que sabes lo de Susana!”. “Claro que sé lo de Susana y también con quién te engaña”.
Minutos después, el hundido y avejentado bígamo llamaba a la puerta de la habitación 112 del Hotel Wellington, al comienzo de la calle Velázquez, tal como acababa de decirle Berta. Una esplendorosa Susana, radiante de amor y sexo, que él creía volando hacia Nueva York, le abrió la puerta antes de quedarse petrificada por el asombro. Por su parte, Juan, anonadado, vio en la cama al fondo de la habitación, apenas cubierta por una sábana, a Greta, la inseparable amiga de su mujer, con la que él suponía que se entretenía durante sus ausencias, pero, eso sí, de una forma bien distinta.


De la enciclopedia digital WIKIPEDIA:

Enrique Arias Vega, periodista y economista bilbaíno, diplomado en Stanford (USA), lleva escribiendo casi cuarenta años. Sus artículos han aparecido en la mayor parte de los diarios españoles, en la revista italiana Terzo Mondo y en el periódico Noticias del Mundo, de Nueva York.
Entre otros cargos, ha sido director de El Periódico, de Barcelona, El Adelanto, de Salamanca, y la edición de ABC en la Comunidad Valenciana, así como director general de publicaciones de Grupo Zeta y asesor de varias empresas de comunicación.
En los últimos años, ha alternado sus colaboraciones en prensa, radio y televisión con la literatura, habiendo obtenido varios premios en ambos menesteres, entre ellos el nacional de periodismo gastronómico Álvaro Cunqueiro (2004), el de Novela Corta Ategua (2005) y el de periodismo social de la Comunidad Valenciana, Convivir (2006) y el de casco histórico Compostela Monumental (2011).
Sus últimos libros publicados han sido sendas compilaciones de artículos de prensa: España y otras impertinencias (2009) y Valencia, entre el cielo y el infierno (2008), así como otra de relatos cortos: Nada es lo que parece (2008). Es autor, también, entre diversas obras, de la novela El Ejecutivo (2006), de la que ya van publicadas tres ediciones, de Ir contra corriente (2007) y de una antología de semblanzas bajo el título de Personajes de toda la vida (2007).

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