miércoles, 20 de febrero de 2013

MI ERA DE SPACE INVADERS. Laura Martínez






Braudel habló, y determinó aquella vez la gravidez del tiempo. Uno, dos y tres. Los compara con la vida de un volcán y con el proceso paritorio de cualquier fémina. Lo mide en corto, largo y medio. Con distancia y tamaño. Yo sólo mido el tiempo con relojes, con sus tic-tases. Influencia más directa y cotidiana. Cotidiana como el típico bar 'Manolo' español, tan guarro y pegajoso, donde te sirven pinchos de tortilla para que acompañes al desaliento. Eso no nos hace tan sofisticados como a los franceses. Ellos sí entienden el tiempo, el de Braudel, sin los tic-tases y los pinchos. Ellos se guían temporalmente con baguettes y croissants, o con crêpes bañados en sirope de arce. Al fin y al cabo, da lo mismo. Todo da lo mismo. Cada cual con sus cosas y cada yo agarrado de su doble. Porque todo depende del día y de si escucho los tic-tases o no. 1991, 1998, 2012. Uno, dos, tres. Nos encontramos con el tiempo de abismos y jaurías. Hasta que aguante el cuerpo. O hasta que resucite el anticuerpo de la superestructura, o la infraestructura, o la supermujer. La que no encuentre romántica la neblina en el paseo del canal St. Martin. La que no derrita su dignidad diciendo ne me quitte pas. La que muerda carne y, sin sentirla tierna, se manche los dientes de sangre. Algo así como un neutro. Ojalá fuera yo un neutro. No me afectarían los tic-tases o el corto, largo y medio de Braudel. No sentiría la ausencia de tus ganas. Ganas o desganas, ya no sé. Ya no pienso. Ya creo que me he transformado. Ya soy, ya soy. Soy un neutro devorando un pincho de tortilla.

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