lunes, 10 de enero de 2011

Baraja. Marco Portillo (Erebus)

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El comienzo: Un paso al frente.

Por una de esas casualidades de la vida, uno tiene que despertarse, y luego, además, levantarse.
Donde te despiertes y te levantes, determinará en muchos casos tu posición en esta vida. Que te
despiertes siempre en un lugar que reconoces de la noche anterior no tiene porque obedecer a
ninguna ley causal. Tal vez no te levantes de la cama porque te acostases en esa precisa cama.
Quizás cada día es un círculo irrepetible y único. Un cosmos efímero (que bien nos sentimos
cuando utilizamos la palabra precisa, ¡Ja ja ja!). Tal vez la cama en la que te levantaste hoy
sólo se parece a la de ayer por casualidad, y cada día es una extraña jugada de la vida. Pero para
comprobarlo, habrá que abrir los ojos, levantarse y dar un paso al frente.

Paso al Norte: El día que espera.

Pasando el cuarto de estar se llega al balcón. El día es maravilloso cuando aún no ha empezado. El
aire sólo te parece fresco porque aún conservas el calor del lecho. No importa que la ciudad esté
llena de contaminación y hasta en los pisos altos huela a humo de coche. No importa que a lo lejos
suene una ambulancia o miles de ellas anunciando una especie de fin del mundo a son de sirena.
No importa que la barandilla esté helada. La agarro con las dos manos y la aprieto para sentir bien
el frío. Insisto; todavía medio dormido, la mañana es maravillosa, y esa mezcla de atontamiento
en la cabeza y frío, tratando de entrar en las manos aún calientes, mientras cierro los ojos y respiro
hondo, es como una droga. Aunque ahora que me doy cuenta, tengo los pies helados. Se me
olvidaron las zapatillas. Vuelvo dentro.

Paso al Sur: Retirada.

Despertar es un acto mecánico. Todo biología, procesos químicos y cosas de esas. Te despiertas y
punto. Otra cosa es que te levantes. Ahí ya intervienen muchas cosas, algunas como la voluntad,
lo que hayas hecho antes de irte a dormir, lo cómoda que sea la cama en la que te encuentres, o
lo que puedas aguantar hasta tener que ir al baño o a la cocina. Pero si no hay cama, y creo que
tampoco baño, ni cocina y estoy sobre una maldita roca haciendo una “v” al revés con la espalda,
supongo que no es el momento de ponerse a pensar si he dormido o no las ocho horas de sueño que
necesito para no estar todo el día cansado, susceptible y ofensivamente sarcástico. Empieza a llover
y no creo que esto sea el parque de ninguna ciudad que conozca. De hecho, llamar parque a esto es
ser demasiado generoso. Con suerte podría llamarlo páramo desolado. Tal vez esté en mitad de la
meseta castellana, en Siberia, o en Marte, que para el caso vienen a ser el mismo lugar con distintos
nombres. Debería empezar a caminar, a ver si llego a algún sitio desde el que pueda volver a casa.
Ya me enteraré de cómo demonios he acabado aquí (o no). De momento toca retirada.

Paso al Oeste: Espejo de intenciones.

Al principio, justo después de la Creación, el dios Opisces quiso hacer un ser que tuviera energía,
que se moviera y, que al igual que él, pudiera crear cosas con las manos, y así creó a los primeros
humanos, muy diferentes de los actuales. Estos humanos en seguida entendieron el poder que
el dios les había dado, y le desafiaron, creando con sus manos toda clase de criaturas y objetos
aberrantes y monstruosos. El dios les castigó. Transformó sus cuerpos en objetos que sólo podían
reflejar lo que tenían delante y les privó de todo movimiento. Así fueron creados los espejos, y
después fue creada la estirpe humana de la que todos procedemos. Por eso los espejos sólo pueden
reflejar lo que tienen delante. Porque se les privó de su facultad de crear. A todos, claro, menos al
que está en mi cuarto de baño, que no sólo te refleja tal y como eres en apariencia física, sino que
refleja tus intenciones, y tal vez lo que él quiere. Me levanto y lo primero que hago es ir al baño, a
descargar el depósito y a ver que sale en el espejo. Esta mañana salgo con la apariencia de Saladino.
¡A cortar cabezas cruzadas! Este espejo está como una cabra. A ver como la armo hoy.

Paso al Este: Mañanas masivas.

Ningún día puede empezar bien sin un buen desayuno. La máxima aspiración de alguien que quiera
comerse el mundo, es primero saquear la cocina con orden, método y a dos manos. Voy a la cocina
lo primero de todo y abro la nevera. Dos yogures, el brick de leche, dos donuts, un plátano, tres
manzanas, una lata de atún, un paquete de jamón de york y el brick de zumo. Me siento en la mesa
de la cocina y procedo con el banquete. Mientras degluto todo con cara de bobalicón contento, miro
las puertas del armario de la cocina. Lo miro y pienso “ahora te tocará a tí también”. Después de
acabar con lo sustraído de la ahora blanca y vacía nevera, paso a arrasar el armario de la cocina.
Veinte minutos y siete sonoros eructos más tarde, había exterminado todo rastro de comestible de la
faz de la cocina. Me vuelvo a la cama. Hasta mañana.

Paso hacia arriba: Desde aquí… o desde allí.

Un paso hacia arriba no se da como se da un paso en cualquier otra dirección. Hace falta tener las
cosas muy claras. Que la hoja parroquial vale un euro con cincuenta céntimos, que la mayonesa
caduca dentro de dos meses y te la encontrarás en la nevera criando moho verde, que hasta la calle
hay exactamente cincuenta y nueve escalones que muchas veces no apetece ni bajar ni subir. Si
das un paso en cualquier otra dirección, ya no estás en el paso hacia arriba, porque para dar el paso
hacia arriba, no tienes que ser el que va al norte, al sur, al este o al oeste. Tienes que ser el que ha
dispuesto que ese pobre no tiene otra cosa que hacer que elegir entre cuatro direcciones o no ser
nada. Que no puede saber cuándo caduca la mayonesa, porque no le has puesto mayonesa en la
nevera. Que la hoja parroquial no vale uno con cincuenta porque ahí vale dos, y que los cincuenta y
nueve ni son cincuenta y nueve ni son nada porque hay ascensor. Por decirlo de forma más sencilla,
que sólo es libre el que posee esta carta, que es la del que crea en papel a un ser que sólo puede
moverse en cuatro direcciones imaginarias que ya estaban decididas de antemano. Esta carta es la
marca de la única libertad auténtica posible.




Bajo el pseudónimo de Erebus se oculta Marco Portillo, estudiante de Filosofía en la Universidad de Valladolid e intento de poeta y prosista a tiempo parcial.
Entre sus logros se cuentan seguir (des)ateniendo su blog ya por más de dos años (http://espacioenlasnubes.blogspot.com), haber publicado un microrrelato en la revista de la biblioteca pública de Burgos “Plaza San Juan”, haber quedado finalista en la edición 2009 del concurso de microrrelatos “Bardeblás”, haber publicado casi de milagro algunas cosillas en LaFanzine y no empanarse de casi nada en esta vida.

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