viernes, 29 de julio de 2011

Cámaras en el cielo. Lucía Ortiz








El cielo de Madrid tiene cámaras.


En el cielo.



Pero ni ellas, ni yo, te hemos visto







Estudié Derecho. Pasé por diversos trabajos en oficinas, aburridas, todas ellas. Desde hace tres años soy profesora de Inglés de secundaria. Escribir siempre ha sido una necesidad vital. Leer y escribir me permiten ver la vida a través de una mirada ajena, de la cual disfruto intensamente. Vivo en Madrid.
Puedes seguir a Lucía en su blog: http://ahoralucia.wordpress.com/ 

lunes, 18 de julio de 2011

Si me recuerdas. Jesús Cano.


Si me recuerdas…

Héctor visitó a su madre como cada sábado. Ella preparó una deliciosa comida, y observó con cariño cómo su hijo la disfrutaba.

- ¿No comes? – Preguntó este.

- No, hijo. Pensaba en tu hermano. ¿Qué estará haciendo?

- ¡Lo de siempre! Pensar en él y sólo en él. Desde que se marchó a América no ha venido ni una sola vez, y a pesar de tenerte olvidada, sigue siendo tu niño mimado.

- No empieces otra vez... Cómo le puedes tener tantos celos. Te tendrías que alegrar por Juan. ¡Si quisieras leer sus cartas!

- Pues que me escriba a mí...

- El trabajo no le puede ir mejor – Prosiguió la madre perdida en la ilusión.- Y tiene una novia preciosa... ¡Incluso se están mirando una casa!

- ¡Dejemos el tema, mamá!

- Pues compadécete un poco, bastante tubo con esa maldita enfermedad que lo dejó mudo... ¡Se merece toda la suerte del mundo!

- Eso no lo hace ser mejor persona. Son los actos los que nos definen, no nuestras taras.

Así transcurrieron los años; la madre siempre defendió y presumió de su hijo Juan. A pesar de que no la visitó jamás y sólo se preocupó de su propia y próspera vida... O, al menos, de eso lo acusaba Héctor.

Ya vencida por la edad, en la compañía de su celoso hijo, falleció pidiéndole que hiciera las paces con su hermano, y así se lo prometió a la madre.

En el entierro, Juan tampoco pudo venir. La mujer de Héctor se aproximó con deseos de consolarlo:

- Ya no será necesario que continúes con todo esto, cariño. – Aferró su hombro.

- Pienso seguir escribiendo esas cartas... Siento que así prolongo, en cierta manera, la vida de Juan. Y a ella... ¡La hacían tan feliz!

- El pobre. Murió a los tres meses de llegar a América. No pudieron solucionar allí su enfermedad. – Susurró la mujer como temiendo ser escuchada por la madre.

Y durante mucho tiempo, en cada cumpleaños de Juan, Héctor se acerca a la tumba de su madre para leerle la carta de su hijo pequeño. Se traga las lágrimas, no quiere que sospeche nada.

…Estaré





A young boy walks with a watering can into Waverley Cemetery in Sydney, Australia, in 1998.
Photo: Trent Parke/Magnum Photos

domingo, 17 de julio de 2011

Cuentan. Jesús Cano

Cuentan...

Cuentan, que un día, la soledad vio su reflejo en un río y entristeció. Comprendió que le faltaba algo. Se sintió incompleta. Para cambiar tan amarga sensación, en un arrebato de egoísmo, comenzó la creación de una madre. Sería el comienzo de un ser con cualidades suficientes para cuidarla y mimarla. Capacitada para dar sin pedir. Para agradecer en beneficio ajeno.
Tras concienzuda labor, quedó por llenar el corazón.

Posó en él constancia y mucho cariño. Fuera de él dejó el sufrimiento y la preocupación.
Lo sació de comprensión y dulzura. Alejó los desvelos y llantos.

Con su impaciencia por acabar tan suprema creación, tropezó volcando en aquel corazón todo aquello que apartó y desestimó.

¿Cómo repararlo? ¿Qué podría compensar tal desastre? Pronto lo supo: creó cuantioso amor. Pero por mucho que empujó, nada más cabía en aquel corazón. Era imposible meter allí tanto amor.

Lloró desconsolada, lo intentó mil veces hasta caer rendida... ¡Jamás lo conseguiría!, se resignó. Mas una fugaz idea le dio la solución, y por fin su obra pudo acabar.

Es por eso que en las madres... Sus manos están llenas de amor.
Es por eso que las madres... Siempre comprenden tu soledad.

Cuentan... y unas manos no me dejan duda.


Migrant Mother. Dorothea Lange, 1936.




domingo, 10 de julio de 2011

Regreso Inoportuno. Rubén Suárez Valverde

Te alimentaste de mis sentimientos
para poder conseguir tus caprichos
así, sin sangre ni remordimientos,
fuiste dañina como los gualichos.

Sigilosamente te camuflaste
en el latente egoísmo del amor,
sigilosamente me utilizaste
convirtiéndote en mi voz interior.

Rompiste el jarrón y ahora se marchitan
esas flores que te dieron su aroma,
fuiste como aquellos necios que gritan
muy alto para que se entienda su idioma.

Ahora vuelves con cara angelical
y aseguras estar arrepentida,
regresas con acento de cristal
aseguras quererme de por vida.

No pienso volver a caer en tus redes,
tuviste la oportunidad de amarme
en presencia de estas cuatro paredes…
no fuiste capaz ni de respetarme.

Hoy que el viento sopla desde otro lado
digo “no” a tu regreso inoportuno,
deberías saber ya que te he olvidado
y que para ti no hay regreso alguno.




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